Era precisamente en la época en que la laguna rompe su capa de hielo para dejar paso, poco a poco, día a día, a las cristalinas y frías aguas.
Junto al desagüe un pastor vigilaba su rebaño esparcido por las vertientes del río Dílar. De pronto se dejó oír un espantoso rugido. El pastor, creyendo que sería motivado por alguna tormenta, miró al cielo que encontró completamente despejado y sereno, y no tardó en escuchar las siguientes palabras, pronunciadas por una cavernosa voz:
-¿Cuándo me dejarás salir de este encierro?
-Todavía no –respondió otra voz fuerte y potente- eres demasiado perverso.
El pastor quedó sobrecogido de espanto e intento huir, mas en vano, porque sus piernas, inmovilizadas por el miedo, se negaron a obedecerle.
Entretanto, por el lado opuesto vio llegar a dos hombres ataviados con raras vestiduras orientales, los cuales miraron en la dirección en que él se encontraba, pero no dieron muestra de haber notado su presencia. Uno de ellos, de más edad, comenzó una serie de extraños movimientos y exorcismos dirigidos a la laguna, mientras que su acompañante sacaba una enorme red que, a una señal del de más edad, echó dentro de la laguna. Al instante tiraron ambos de la red y sacaron de las aguas una hermosa yegua blanca.
- Esto no es lo que buscamos –dijo el mago, y la dejó suelta-.
Repitieron el sortilegio y volvieron a echar la red, y esta vez salió una yegua azul.
-Tampoco es esto lo que venimos buscando.
Probemos nuestra última oportunidad –dijo poniendo a continuación el mayor cuidado en las palabras mágicas que pronunciaba; pero también volvió a salir otra yegua, aunque de color negro como el azabache-.
La desilusión se pintó en sus rostros. El de más edad comentó con su compañero:
- La suerte no nos ha sido propicia. El caballo rojo que nos hará invencibles nos ha esquivado una vez más. Marchémonos y en el próximo deshielo lo probaremos nuevamente.
El pastor, inmóvil, los vio alejarse, y mirando en derredor suyo vio a las yeguas que los extranjeros habían sacado de la laguna que estaban retozando en un prado cercano, y acercándose a ellas, se mostraron dóciles y se dejaron acariciar.
De improviso un extraño y penetrante silbido se dejó oír. Las yeguas quedaron quietas y erguidas, estilizando su preciosa estampa, hasta que en un rápido galope se dirigieron a la laguna en cuyas profundidades volvieron a sumergirse.
Y dice la leyenda que esta es la historia que de generación en generación se ha venido transmitiendo entre los miembros de la familia del pastor, y que todos los años en esta época, empujados por una fuerza irresistible los descendientes del pastor van a la laguna; ese lugar les atrae más que ningún otro, ignorando si ello es debido a la historia que acabamos de oír o si solamente es debido a la belleza del paisaje que desde allí es posible contemplar.